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El macabro negocio de los robacadáveres

En 1768, William Hunter, un anatomista de prestigio, abrió las puertas de su Teatro de Anatomía en la calle Great Windmill de Londres. Se abastecía de los condenados a muerte en el Tribunal Penal Central de Inglaterra y Gales. Lo habitual era que el reo, tras ser ahorcado, fuera conducido a la mesa de disección de Hunter para ser desollado, disecado y anatomizado.

Con el descubrimiento de la pila eléctrica, al espectáculo de la disección se añadió el peculiar arte de la reanimación de fiambres, campo en el que destacó el italiano Giovanni Aldini (1762-1834). Ofrecía por toda Europa un espeluznante espectáculo: la electrificación de un muerto. Su mejor actuación tuvo lugar el 18 de enero de 1803, en el Real Colegio de Cirujanos de Londres, cuando electrocutó el cadáver de George Forster, que había sido condenado a la horca por ahogar a su mujer y a su hija. Con diferentes electrodos por el cuerpo, Aldani consiguió que el ajusticiado empezara a moverse como si bailara una danza macabra. Algunos pensaban que realmente iba a resucitar al asesino; incluso las actas indicaban que, si eso sucedía, el condenado volvería a ser ahorcado.

Ser resurreccionista era un lucrativo negocio. Apoderarse de un cadáver y venderlo fresco, todo en una noche, conllevaba una ganancia de hasta 10 libras –los hombres valían más que las mujeres porque se podían examinar con más detalle los músculos–; por contra, trabajar duramente 72 horas a la semana solo reportaba unos pocos chelines. Se calcula que, a principios del siglo XIX, había dos centenares de resurreccionistas solo en Londres.

Con el tiempo, del robo se pasó al asesinato. Así, el 18 de marzo de 1751 se ahorcó a Helen Torrence y Jean Waldie en Edimburgo por robar y matar a un niño que luego vendieron a un médico: fueron las primeras personas ajusticiadas por los que se llamaron asesinatos anatómicos.

Pero quienes se llevaron toda la fama fueron la pareja de irlandeses William Burke y William Hare –en la foto, sus máscaras, que pueden verse en el Museo de Anatomía de la Universidad de Edimburgo–. A lo largo de once meses, entre 1827 y 1828, asesinaron a dieciséis personas en Edimburgo y vendieron sus cuerpos a Robert Knox, el anatomista más famoso de Gran Bretaña, que les pagaba entre siete y diez libras, en función de la frescura.

Cuando fueron capturados, la ciudad exigió su ejecución. El problema era que los cuerpos de las quince primeras víctimas ya no existían. Se ofreció a Hare la inmunidad si testificaba contra su socio. Burke fue a la horca, mientras que Hare salió libre. El caso fue tan sonado que se acuñó un término para los asesinatos anatómicos: el burking. El doctor Knox no fue juzgado, pero su carrera quedó destruida y tuvo que emigrar a Londres.

Puedes leer íntegramente el artículo "Fiambres S. A.", escrito por Miguel Ángel Sabadell, en el número 436 de Muy Interesante.
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